Los Estados Unidos de América: país partido y polarizado. Solamente este año la pandemia del COVID19 ha marcado grandes divisiones en EUA, entre aquellos que creen que ante todo debe privilegiarse la economía para evitar su colapso y los que, desde la otra orilla, dan prioridad al cuidado de la salud de las personas. A todo esto se añade, el sistémico problema de la brutalidad policial ejemplificada por la torpe muerte del afronorteamericano George Floyd, que desató una ola de protestas en numerosas ciudades norteamericanas, y el mundo, demandando políticas nacionales claras contra el abuso policial y el racismo. La protesta pacífica dio pie a incidentes de grupos infiltrados, tanto de ultraizquierda como de ultraderecha, apelando a la violencia, a lo cual se sumaron algunas acciones innecesarias de las fuerzas del law and order norteamericano. Le añade a la polarización, el reciente vacío creado por la muerte de la icónica jueza de la Corte Suprema de los Estados Unidos, Ruth Bader Ginsburg, quiere ser resuelto rápidamente por el Presidente Trump postulando a la jueza conservadora Amy Coney Barrett, antes de las elecciones presidenciales del 3 de noviembre de este año. Esta decisión ha sido claramente cuestionada por el partido demócrata que pide que la postulación la realice, posteriormente, quien resulte elegido como Presidente.
En este contexto de protesta, polarización, pandemia, elecciones y crisis de la economía norteamericana el uso de la mascarilla se ha politizado y convertido en símbolo evidente de la división entre demócratas y republicanos, a pesar de la recomendación científica de la Organización Mundial de la Salud y del CDC (Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades norteamericano) como medida elemental para evitar la expansión del COVID 19.
Cuando la virilidad mata
Hace una semanas este post pudo haberse titulado “Por qué Trump nunca usará mascarilla”; sin embargo, el 2 de octubre, justo después del primer debate de candidatos presidenciales, Donald Trump y Joe Biden, nos enteramos por los medios que el Presidente norteamericano y su esposa salieron positivos de COVID19, lo que obligó al mandatario a usarla en algunos momentos, y por tanto, el título ya no sería tan apropiado. Recordemos además que ya anteriormente tuvo que usarla cuando entró a un hospital militar de veteranos de guerra, el Walter Reed de Bethesda en Maryland, flanqueado por altos mandos militares, y no tuvo más que rendirse a los protocolos castrenses y usar la mascarilla. Eso duró tan solo el tiempo de la visita. Aunque cabe precisar que también indicó que la usaría si estuviera en un entorno de máscara[1] y posteó en su cuenta de twitter en julio pasado, una foto suya usando mascarilla indicando que si ponerse la mascarilla resultaba ser un acto patriótico pues él entonces es un gran patriota[2].
Para el presidente Trump y sus seguidores no importa lo que recomienden los científicos, según él y sus seguidores, el uso de la mascarilla afecta las libertades individuales de las personas quienes son las únicas con el derecho y criterio suficiente para decidir[3], pero, ante todo, ha convertido el uso del protector facial en un símbolo de debilidad.
Trump detesta todo aquello que represente debilidad y ha descalificado a funcionarios estatales, opositores políticos e incluso a mandatarios llamándolos débiles. Le dijo débil al ex fiscal general Jeff Sessions, a quien nombró y despidió poco después por no investigar adecuadamente a Hillary Clinton (su contendora en las elecciones del 2016) e inhibirse de participar en el tema de la intromisión rusa en las elecciones pasadas. Igualmente, ante las masivas protestas por el caso George Floyd les dijo a los gobernadores de la unión norteamericana que “tenían que ser dominantes o parecerían un grupo de idiotas”. Descalificó también como débil y patético al Alcalde de Portland, Oregón, por no imponer la ley y el orden en la ciudad ante las protestas por el caso George Floyd. A su rival de las próximas elecciones, Joe Biden, le ha dicho desde débilucho a débil mental numerosas veces y que no es para nada duro aunque quiere dar esa apariencia; y sobre el Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau, tuiteó en julio del 2018 que era deshonesto y débil ante el desacuerdo que tuvieron por la pretendida aplicación de aranceles a importaciones canadienses.
Trump comparte muchos de los rasgos de la masculinidad hegemónica, según la tipificación de R. Connell (1987); es decir, se trata de un hombre exitoso, duro, inexpresivo, heterosexual lo cual combinado con elementos raciales como ser blanco y, de clase social, millonario, lo destaca como un hombre hegemónico de la sociedad norteamericana. El hombre hegemónico se coloca en una posición de dominación y desprecio especialmente sobre la masculinidad subordinada; es decir, aquella que se asocia a lo femenino, que a su vez se asocia a la debilidad. Bajo esta perspectiva, no debería sorprendernos que uno de sus peores calificativos sea decirle debilucho a sus adversarios, porque ser un hombre para una persona como él significa no ser como las mujeres (Kimmel 1997: 52) ni ser débiles.
Adicionalmente, ser duro o mantener esa imagen, acompañarlo de una actitud frontal y confrontacional y un rostro inexpresivo, tal como lo vimos claramente en vivo y en directo en aquel primer debate caótico de los candidatos presidenciales que sostuvo con Joe Biden, a fines de setiembre, es una clara expresión de la virilidad que caracteriza a Trump.
¿Virilidad? Pierre Bourdieu define la virilidad como la capacidad reproductora, sexual, social, y la aptitud para el combate y el ejercicio de la violencia (especialmente en lo referido a la venganza (Bourdieu 2000: 38). La virilidad es considerada para los hombres hegemónicos como un activo altamente valorado. Sin embargo, reforzar la virilidad es una permanente carga y trampa que los hombres nos autoimponemos.
Como pesada carga, los hombres se sienten permanentemente obligados a estar a la altura de la posibilidad que se le ofrece de incrementar su honor, buscando la gloria y la distinción en la esfera pública (Bourdieu 2000: 39). Y el incremento del honor masculino colisiona frontalmente con cualquier asociación a la femineidad o la debilidad, que más bien lo devalúa ¾y vaya que Trump ha logrado en parte incrementar su capital masculino al haber sido electo como Presidente de la nación más poderosa del mundo, aunque ahora aspira a satisfacer aún más sus deseos con la reelección en el cargo. Por eso los hombres, estamos permanentemente a prueba, tenemos que revalidar nuestra hombría frente a otros hombres, sean nuestros pares, superiores o subordinados, de esta manera obtenemos nuestra “certificación ISO” como hombres de verdad. Se trata de una ansiosa búsqueda por demostrar los logros obtenidos (dinero, bienes lujosos, status social, mujeres guapas/jóvenes, más poder, etc.) ante los demás. Esto contrasta notoriamente con las mujeres quienes no se sienten frecuentemente forzadas a probar su condición de mujer (Kimmel 1997: 53) y, menos aún, por oposición a lo masculino.
La trampa de la virilidad implica caminar constantemente en una cuerda floja buscando el equilibrio producto de la tensión y la contención permanentes que, como diría Bourdieu, se auto impone cada hombre bajo el supuesto deber de afirmar en cualquier circunstancia su virilidad (Bourdieu 2000: 39). Como se puede ver la virilidad se sustenta en el miedo a ser asociado a la debilidad y, en general, a lo femenino, con lo cual se mancilla el honor masculino. Esto lleva a que los hombres cumplan con ciertos comportamientos y rituales ridículos o violentos para ingresar a ciertos grupos o instituciones, por ejemplo; o realicen actividades riesgosas o altamente competitivas como sucede con algunos deportes (box, rugby, futbol americano, paracaidismo, alpinismo, etc.) que explicitan signos claros de virilidad, y demostrar la valentía aun a costa de arriesgar su propia integridad. ¿Y esto tiene cuándo acabar? Para algunos hombres esta permanente búsqueda no tiene cuándo acabar. Nunca. Paradojas de la condición masculina, en el fondo la virilidad refleja el miedo a perder el respeto y reconocimiento del grupo, “perder la imagen social o la cara” como diría Bourdeau, y verse vulnerable, todo esto bajo el supuestamente manto seguro de la dureza. Por tanto, Trump es un esclavo de la virilidad.
¿Por qué ha tenido tanta aceptación Trump en los Estados Unidos? Seguramente, para muchos norteamericanos el actual Presidente de los Estados Unidos es o supera el referente ideal valorado de lo que implica ser un hombre, especialmente dentro de la cultura dominante norteamericana: blanco, millonario, poderoso, heterosexual, casado con una ex modelo casi 25 años más joven que él, padre de 5 hijos, urbano, protestante, alto y de aspecto cuidado. Representa el modelo que establece los estándaresdeseadospor otros hombres en Norteamérica, en base a los cuales miden su hombría y, a los que, más comúnmente de lo que se cree, ellos aspiran (Kimmel 1997: 50).
[1] Tomado de https://www.abc.es/internacional/abci-niega-trump-ponerse-mascarilla-202005061414_noticia.html
[2] 20 de julio de 2020.
[3] Tomado de https://www.voanoticias.com/estadosunidos/eeuu-donald-trump-mascarillas-coronavirus
Por otro lado utiliza tapa ojeras y esta maquillado permanentemente. Histéricamente contradictorio. Una mente compleja. Muy buena la Nota Ivan…
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La gestión del cuerpo también es otra de las características hegemónicas de Trump, o también como se dice, cómo él se produce, especialmente el rostro (no entraré en detalle por ser obvio), de esta manera mantiene el denominado «capital fisico», especialmente en el rostro, el cual en el contexto en el que vive es un activo altamente valorado cuando se distingue por su cuidado y estética.
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